17 abril, 2007

Invitación a la lectura

Nao resisti a postar aqui o prólogo do livro Manual de técnicas narrativas, de Enrique Páez (Ediciones SM, Madrid 2001-2003). Uma pequena contradiçao nesses dias em que estou sem tempo para escrever é publicar um texto que reflete justo sobre as narrativas, as nossas narrativas e como as compartilhamos com os outros.

Uma homenagem a meu estado de espírito nesses dias de verdadeira primavera que, enfim, chega a Barcelona.

La historia que llevamos dentro
Luis Landero

Siempre he creído que cada cual tiene una historia que sólo él puede contar. O dicho de otra forma: dentro de cada uno de nosotros hay un caudal de experiencias únicas, intransferibles, un modo más o menos insólito de ver la realidad, que en la mayoría de los casos no llegan a salir a la luz. Es más: a menudo ni siquiera nosotros llegamos a sospechar la existencia de ese mundo interior. Supongo que por eso es tan difícil cumplir el viejo precepto filosófico del «conócete a ti mismo», y por eso también la originalidad, estando tan cerca de nosotros, es un bien raro de encontrar.

Y, sin embargo, no sabemos vivir sin rebobinar de vez en cuando en nuestra vida y rescatar imaginariamente algo del tiempo que se fue para siempre. Es inevitable: somos narradores, y nosotros mismo constituimos la materia básica de nuestra narración.

Hasta quien nada cuenta está siempre contando, reordenando, repasando e indagando en ese oscuro mundo interior que nos habita sin apenas saberlo. Quien lo dude, no tiene más que ver cómo de día vivimos y de noche soñamos. Con el sueño, nos contamos la vida de otro modo. Desde una propuesta insólita. «La vida y los ensueños son hojas de un mismo libro», nos dice Schopenhauer. «Su lectura de conjunto se llama la vida real. Pero cuando las horas de lectura habitual (el día) terminan y las de descanso han llegado, nos dedicamos a hojear sin orden aquí y allá; a menudo tropezamos con una página ya leída; otras veces, con una desconocida; pero siempre del mismo libro». O no hay más que ver cómo, al recordar nuestro pasado, surgen también espontáneamente hojas nunca leídas del libro de nuestra vida, añadidos imaginarios que parecen elementos caprichosos o espurios pero que no son sino los despojos de nuestra existencia secreta, de esa realidad profunda que apenas conocemos, y a la que no sabemos darle forma y que por eso mismo nos resulta inefable. El inconsciente o el recuerdo —narradores expertos donde los haya— se encargan de leernos algunas páginas borrosas de esa historia que todos llevamos dentro pero que muy pocas veces logramos objetivar y convertirla en narración. Narradores expertos, y también modernísimos, vivimos linealmente, pero recordamos o soñamos como si nuestra trayectoria vital hubiera sido un laberinto.

Sí, todos llevamos dentro de nosotros una historia que, como las huellas dactilares, es absolutamente singular. En El tiempo recobrado, Proust nos recuerda que el único libro verdadero de cada escritor lo llevamos dentro de nosotros, mucho antes de escribirlo, y que por tanto nuestra tarea no es la de inventar sino la de traducir. Y, sin embargo, a pesar de ese bagaje instintivo que poseemos, pocas cosas hay tan difíciles como escribir una buena historia. Todos conocemos a gentes a las que admiramos por su gracia para referir anécdotas y que luego son incapaces de hilar dos líneas al derecho. O con imaginación y elocuencia probadas en muchas sobremesas pero que se quedarían inermes al tomar la pluma o al ponerse ante el ordenador. O gentes que han vivido mucho, ricas en aventuras y en conocimientos, y que sin embargo no sabrían reflejar en el papel ni uno solo de esos pedazos en bruto de existencia. Y es que la literatura, y en general el arte, a pesar de que se nutre de la vida, tiene sus propias reglas, sus propias estrategias, una de las cuales —francamente contradictoria— es que, yendo la escritura al encuentro del vivir, le pasa lo que al héroe frente a la Medusa, que si mira a la vida de frente resultará fulminado en el acto.

Son misterios éstos que uno nunca acabará de desentrañar. Escribir una historia tiene algo de viaje. Uno se provee de impedimenta —mapas, brújulas, planes de ruta—, pero la aventura no comienza de veras hasta que uno echa a andar y a hacer camino sin otra compañía que una fe que hace suya a las más esforzada de todas las páginas: la incertidumbre.

Fonte: Revista Teína (março-abril de 2007)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te recomiendo de Luis Landero "Juegos de la edad prohibida" es una maravilla